Las obsesiones son un síntoma de material traumático no procesado. Esto quiere decir que en el pasado hemos vivido alguna o varias experiencias dolorosas que no hemos podido gestionar, debido a nuestra corta edad, poca madurez emocional y/o neurológica, falta de apoyo y/o recursos o por tener que atender algo prioritario a lo que nos estaba afectando en primera persona, entre otras.
Estas experiencias pueden haber ocurrido en fases pre-natales, pre-verbales, por dificultades en el vínculo afectivo con los padres o cuidadores (madre fría, enferma, separaciones tempranas…), por negligencia emocional, tipos de educación rígidas o disfuncionales, pérdidas, experiencias en la guardería, escuela o universidad, abuso sexual o físico, maltrato psicológico…
Frente a experiencias traumáticas nuestra mente tiende a disociar la información referente al trauma para que podamos seguir adelante, lo que significa que dejaremos de tener acceso consciente a estos recuerdos, sin embargo no se habrán borrado sino que quedarán registrados en una parte de nuestra mente. Así pues, frente cualquier estímulo que esté relacionado con dicha experiencia traumática, se encenderá una alarma para avisarnos que eso es peligroso, aunque no sepamos identificarlo (porque es un recuerdo disociado).
En ocasiones, esta alarma aparecerá en forma de pensamiento obsesivo u obsesiones. A diferencia de los pensamientos que identificamos como «normales», al no atender a la razón y no poder controlarlos nos generan inseguridad ansiedad.
Generalmente las obsesiones nos alarman de «amenazas internas» tales como:
- Aspectos de la personalidad no aceptables
- Recuerdos dolorosos o inaceptables
- Emociones rechazadas o temidas
- Pensamientos, deseos o impulsos que identificamos como intolerables si queremos mantener nuestra imagen positiva
Por ejemplo: Niño que ha tenido unos padres muy preocupados y que siempre le han repetido lo importante que es cuidarse para no enfermarse… o de ir con cuidado para no dañarse. En la edad adulta presencia un accidente de tráfico (estímulo relacionado con la experiencia traumática del miedo generado por esos papás) y poco después aparecen obsesiones relacionadas con la muerte que le alertan de esa creencia aprendida en la infancia «soy frágil», «estoy en peligro» o «voy morirme»…, con objetivo de prevenir que eso no ocurra.
Normalmente, la persona que padezca obsesiones tenderá a evitar el malestar luchando contra esa obsesión mentalmente o a través de rituales inventados que le darán sensación de control (lavarse las manos varias veces, comprobaciones repetidas…), lo que reforzará las obsesiones en vez de eliminarlas.
Ante las obsesiones lo más adecuado es escucharlas y entenderlas cómo un aviso que proviene de una parte de nosotros que nos quiere proteger, aceptarlas. Así pues agradecerle a esa parte de nosotros esa buena intención y responder a esa obsesión con un «no lo sé que pasará, ya se verá» es lo que más ayuda a que no se refuerce ese miedo y sigan apareciendo las obsesiones. Y obviamente, con terapia psicológica, procesar el material traumático subyacente a esas obsesiones es lo que definitivamente ayudará a qué desaparezcan, pues inconscientemente dejaremos de identificarlo como una amenaza y no necesitaremos de los pensamientos obsesivos para «defendernos» de ello y por ende desaparecerán.